Pericia sin escribiente

Graffiti, O Castro.

De como sentirse conmovida y al mismo tiempo despiadada y fría por acceder con toda impunidad a las letras, los enlaces, los gestos, el ritmo de quienes ya no están. Una especie de medium entre sus deseos y lo técnicamente perceptible. 

El trazo impreso es sólo la punta del iceberg de lo que es el gesto manual que produce la escritura. Ser perita sobre lo visible y también lo invisible: el movimiento que queda suspendido y no acaricia el papel. 
La intención de escribir proporciona una activación cerebral al que seguirá ese «chispazo» que pone en funcionamiento el aparato motor.
Escribimos desde el cerebro, y no hay nada inconsciente en una firma, por muy mecánica que sea. al contrario, es un acto de afirmación de la propia voluntad. 
El movimiento del brazo, y la mano, llegan al papel después de un largo recorrido. La mano llega cansada, contenta, inhibida, preocupada. Llega al papel con todo nuestro ser. Somos nuestra letra y somos nosotros, antes y después de posar la pluma sobre el papel.
Comenzaba este post con cierto tono emotivo para reflexionar sobre la nada extraña ausencia del escribiente, que obliga a agudizar, más si cabe, la perspicacia para poder captar esos movimientos preescriturales del útil que sólo podemos imaginar.



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