Leía un artículo proporcionado por el Newsletter de ICG, de Grafología Universitaria, que a su vez hacía mención al presidente de los EE.UU, Barack Obama. ¿Sabían uds. que el presidente firmó la Ley de reforma sanitaria con 22 bolígrafos diferentes?
No es que el presidente firmara 22 veces, sino que la misma firma sería ejecutada con 22 bolígrafos diferentes, que homenajearían y servirían de regalo a las 22 personas que participaron activamente en la creación y redacción de la Ley.
Así la firma de Obama recibe la forma discontinua por los «reenganches» de los distintos bolígrafos.
Sin duda es un ejemplo de cómo el protocolo institucional norteamericano valora hoy por hoy la firma manual caligráfica.
La revista Protocolo recoge más ejemplos de este ceremonial «signático» (neologismo improvisado):
«El primer presidente en seguir este hábito fue Franklin Roosevelt. A veces, la Casa Blanca graba los bolígrafos indicando la ley que se ha firmado con ellos. Cuando Lyndon Johnson firmó la ley de Derechos Civiles, en 1964, usó más de 75 bolígrafos, algunos de los cuales fueron dados a Martin Luther King (hijo), el senador Hubert Humphrey o Everett McKinley Dirksen».
La firma es nuestro sello de identidad; la ratificación de un compromiso, difícilmente violable. Por muchas firmas electrónicas y frases de paso que se inventen, ninguna será capaz de guardar el juego y la danza de nuestras neuronas. 😉
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