El 29 de septiembre, se cumplieron 117 años de la invención de esa maravilla, de útil escritural, el bolígrafo, que evitó el uso de los papeles secantes en los cuadernos del colegio.
Su creador, Ladislao Biro (1899-1895), un periodista argentino, de origen húngaro, y su hermano, György, químico, supieron dar el paso del trazo sangrante de la lapicera fuente a un instrumento de escritura, con un depósito rellenable, con una esfera en la punta que regularía el paso de la tinta de manera más limpia y práctica.
Patentaron su prototipo en 1938. “La tinta no se secaría en el tanque pero sí en el papel”.
Nuestro popular boli, “fue registrado con la marca Bolígrafoen 1946 por el industrial catalán Amadeo Arboles, en 1946.”1
Los BICS no fueron sino una adaptación de aquel invento, modificado por una casa francesa especializada en productos desechables.
A pesar de las mejoras no dejó de ser un milagro de diseño, para un uso polifacético.
Mi generación fue la primera que pudo prescindir del tintero y el papel secante y que modificaría determinantemente su manera de escribir.
Yo fui una de esas adictas al bolígrafo, primero de punta gruesa, azul, negro, verde y rojo (para subrayar) con los que hacíamos los deberes.
Los agujeritos de la carcasa, de cuerpo hexagonal, regularían la presión interna para evitar la condensación y las fugas de tinta.
Quién no la llenó de proyectiles, en forma de granos de arroz, ¡mejor que el tirachinas!.
Lo dicho, larga vida al birome, laesferográfica, elbiro, como le llaman en Argentina; en definitiva, al bolígrafo.
1 Ezcura, Magdalena y Grávalos, Goyo (2010): Instrumentos de escritura manual y sus tintas, Buenos Aires. Ediciones La Rocca.
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