Como dos gotas de agua
Vivimos rodead@s de refranes, respiramos y recurrimos a ellos, para reafirmarnos, identificar o simplificar la realidad circundante; a veces incluso demasiado. Escogiendo uno de ellos, al azar, no siempre «la experiencia es la madre de la ciencia»; con frecuencia, es la culpable del automatismo, la rutina y la indolencia.
A diario visito el parque más frondoso de mi ciudad y nunca me aburre porque siempre es distinto; cada momento del año, estación, hora del día, agregan matices diferentes a mi «experiencia naturalística».
Las ramas desnudas del árbol de las tulipas, con el primer chaparrón del año, lo confirman: en nada se asemejan dos gotas de agua, salvo en la composición química.
El saber popular, fuente incesante de frases lapidarias, genera enormes paradojas que repelen la realidad de las cosas.
En nuestro trabajo pericial, aunque sea de perogrullo, dos gotas de agua no son iguales; dos «n», en arcada, o en guirnalda, con uno o dos gramas, y etc, tienen su propia génesis y desarrollo, algo que, habitualmente, la persona que escribe, ni se ha parado a pensar. Pero quien falsifica, sí. Aunque esta persona sólo apreciará una escritura huérfana, no sabe ni de dónde viene ni a dónde va.
No se pueden intercambiar los cerebros ni la destreza escritural.
Dos gotas de agua, ¿iguales? Error! 😉
Un lema para escapar del automatismo y la rutina: véase lo que se vea: «las apariencias engañan».