La escritura manuscrita a debate. El caso finlandés
Si naciéramos ahora y viviésemos en Finlandia, todo quedaría solventado.
Cómo hemos cambiado, y no, no es el título de una canción, me refiero a nuestras destrezas escriturales. Atrás quedaba la caligrafía constante, legible, asentada sobre la línea del renglón, con mayor o menor número de florituras.
Ahora, hasta nos cuesta leer lo que escribimos, “qué rayos quise poner aquí!?” me comentan a diario.
Algunas personas se jactan de haber perdido la forma correcta de antaño “por culpa de” los apuntes, a base de años de velocidad y síntesis en las aulas universitarias.
Como si escribir “mal” subiese el caché.
Pongamos de ejemplo la exquisita ininteligibilidad (buff, que palabra!) de la letra de los doctores de toda la vida, sobre todo de los varones. “Ya la enterarán en la farmacia”.
Pero es que el oscurantismo parece añadirles un plus de rigor científico. Como si lo indescifrable pasase automáticamente a considerarse sesudo e inteligente (no sólo pasa con la grafía, pero esto es materia para otro artículo).
Digo doctores de-toda-la vida y me viene a la mente D.Manuel Cendón, que leía las enfermedades -sin esoterismos- en la piel, los ojos, o kinéticamente; y prescribía con su plumín los medicamentos en una limpísima letra caligráfica.
No había nada que ocultar; respondía a un impresionante ojo clínico, privilegio de muy pocos, que envidiamos profundamente el común de los mortales, y que, sin duda, se debe al intenso conocimiento y dedicación a la ciencia.
Y yendo al origen del post: en diciembre del pasado año sonaban todas las alarmas, al menos en nuestro ámbito, al imaginar las impredecibles consecuencias de la desaparición de la escritura manual en el sistema académico finlandés.
Sabemos la preeminencia de las decisiones de los países desarrollados sobre los que estamos a la cola, en este caso, a nivel educativo.
El asunto no parece ser como figuraba en los titulares y Minna Harmanen, responsable del Instituto Nacional de Educación finlandés, aclaraba que «La escritura a mano no se terminaría y, muy al contrario, se consideraba muy importante para adquirir destrezas y memoria».
En cualquier caso, el alumnado finlandés de primaria, a partir de otroño de 2016, sólo aprenderá a redactar en letras de imprenta, las que conocemos como tipográficas, algo absolutamente coherente en los tiempos que corren.
Si la idea es implementar el aprendizaje, para poder almacenar conocimientos con mayor celeridad, no podemos estar más de acuerdo.
Pero si la escritura solamente se la considera mero trámite, para identificar los tipos con los que habrán de vérselas en las tabletas, podría resultar un retroceso educativo.
Cuántas destrezas quedarán interrumpidas. La escritura es nuestra expresión gráfica, y las palabras de las y los peques son dibujos exquisitos en los que bucear, en los que conocerlas/los, entender su comportamiento e incluso encauzarlo.
Empezamos a escribir y empezamos a pensar, así desde las civilizaciones más antiguas.
La escritura actúa como testigo del gráfico de nuestra mente, por eso su cuerpo, la esbelta ondulación de los trazos, o los aplastamientos de su forma, nos delata.
Con ojo clínico o con estudio y análisis, optamos por la escritura como método de desarrollo cognitivo, reeducador, e incluso como base de datos que permita conocer e incluso anticiparse a las enfermedades de más diverso tipo, siquiátricas, neuromotoras, etc.
Cabe suponer que las autoridades de un país que afronta el asunto de la educación con tanta seriedad como Finlandia, no caerán en despreciar la escritura manual como si se tratase de una manifestación primitiva de una civilización predigital.
No lo creo; estaremos muy al tanto de lo que suceda.
Como dos gotas de agua
Vivimos rodead@s de refranes, respiramos y recurrimos a ellos, para reafirmarnos, identificar o simplificar la realidad circundante; a veces incluso demasiado. Escogiendo uno de ellos, al azar, no siempre «la experiencia es la madre de la ciencia»; con frecuencia, es la culpable del automatismo, la rutina y la indolencia.
A diario visito el parque más frondoso de mi ciudad y nunca me aburre porque no siempre es el mismo; cada momento del año, estación, hora del día, agregan matices diferentes a mi «experiencia naturalística».
Las ramas desnudas del árbol de las tulipas, con el primer chaparrón del año, lo confirman: en nada se asemejan dos gotas de agua, salvo en la composición química.
El saber popular, fuente incesante de frases lapidarias, genera enormes paradojas que repelen la realidad de las cosas.
En nuestro trabajo pericial, aunque sea de perogrullo, dos gotas de agua no son iguales; dos «n», en arcada, o en guirnalda, con uno o dos gramas, y etc, tienen su propia génesis y desarrollo, algo que, habitualmente, la persona que escribe, ni se ha parado a pensar. Pero quien falsifica, sí. Aunque esta persona sólo apreciará una escritura huérfana, no sabe ni de dónde viene ni a dónde va.
No se pueden intercambiar los cerebros ni la destreza escritural.
Dos gotas de agua, ¿iguales? Error! 😉
Un lema para escapar del automatismo y la rutina: véase lo que se vea: «las apariencias engañan».