No lo puedo evitar, cada vez que veo un buen graffiti (un graffiti artístico, se entiende, no vandálico) remontarme a la niñez.
Fuimos las y los primeros graffiteros en nuestras casas, el portal, el colegio o los wc públicos. La idea no era delinquir, si acaso marcar territorio, como hacen los animales. Pero este tipo de «graffitero/a» era a quien menos se apreciad@. Inmediatamente venía alguien detrás para descalificar su conducta: «el burro do quiera que va, deja su huella», o algo así.
La intención impresa en las paredes era denunciar, acusar, elogiar, inmortalizar el amor. Echo de menos aquellos corazones atravesados por cupideñas flechas.
Obviamente, aquellos escritos apuntaban dos cosas: la necesidad de la comunicación y la germinación de las redes sociales. Y aquí seguiremos, como siempre, buscando paredes sobre las que manifestarnos, aunque ahora sean de led, de plasma, Tft.
Las plazas del pueblo se llaman ahora «FeisBuc», y a sus muros acuden gentes de todas las edades, mal que nos pese, sumisamente, sea cual fuere el mensaje.
Mónica Bar. GC. mbc